miércoles, 15 de diciembre de 2010

Llegas y te vas.


Todos estamos acostumbrados a lidiar con el mítico amor de verano.
La mayoría lo calificaríamos de perecedero, de improbable duración a
largo plazo. Pero, a veces, lo que empieza como simple ilusión estival
puede terminar por convertirse en algo serio, rompiéndose de esta manera
la regla general.

Tras un largo invierno, de rutinas, de trabajo y, por consiguiente,
de cansancio, llegan tiempos de cambios, por cortos que puedan parecer.
A veces es suficiente con un simple viaje a la playa, con acudir a visitar
a familiares en un pueblo del que nadie ha oído hablar, para relajar
nuestras mentes y darnos un respiro. Es entonces cuando estamos
más predispuestos a conocer gente, relacionarnos y terminar
por caer en los brazos de un amor que, pese a tener fecha de
caducidad, marca nuestros días de descanso.

Pero, ¿quién te dice que ese amor de verano no vuelva a hacer
acto de presencia justo un año después? De hecho, muchos
de nosotros hemos vivido algo así como un curso cíclico
con el que parece que el destino trata de reírse de nosotros,
abriéndonos los ojos y tratando de escribir
un nuevo final a nuestra historia.

Están ese tipo de amores que se quemaron por culpa del sol
y que tan sólo quieren pasar página, ver cómo su piel se
renueva, empezando de cero, y esperar no quemarse otra
vez por un nuevo sol. No obstante, hay otros que desean
vivir un deja vú, experimentar sensaciones ya vividas tratando
de renovarlas, esperando que, en esta ocasión,
ese momento dure para siempre y la fecha de caducidad no termine
por llegar.

Aun así, una cosa es cierta: el verano pasa, el moreno se irá perdiendo
con la entrada del otoño y la luz se irá apagando progresivamente.
Pero, y como aquellos que dicen que la energía no se destruye,
sino que se transforma, el verano dará paso a una nueva
temporada, el principio de una nueva época y, como cada año,
todos terminaremos mirando hacia el futuro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario